¿Qué debo o no debo enseñar?

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Cuando estamos haciendo música, es muy difícil a veces detenerse a pensar si mis actitudes con el instrumento, son producto de una metodología adquirida al mejor estilo dogmático, o si responden a debates y obstáculos que uno mismo va oponiendo -o se va poniendo- a estos saberes que nos llegan a través de otros.

Personalmente, creo que es necesario poder fundamentar algo. Saber para qué aprendo lo que aprendo. Es la única forma de poder evaluar, a distancia y en el futuro, si lo que aprendí me fue beneficioso. El problema reside en tener la suficiente apertura de mente como para que, en el "durante", es decir, mientras estoy aprendiendo lo que me enseñan, poder considerar todas las opciones.

¿Qué quiero decir con todas las opciones? Simple. No solamente mi punto de vista.


 [N. de la A: Si te interesó la nota, te recomiendo leer: Enseñar lo que somos.]

Reflexionemos. ¿Cuántas veces hemos prejuzgado algo (o a alguien), considerado un contenido demasiado fácil, o demasiado difícil, aburrido, divertido, necesario, innecesario...? ¿Y cuántas veces nos hemos encontrado erróneos o acertados en nuestra postura?

Cuando enseñamos pasa algo similar. Cada uno, como maestros, llevamos en la espalda un conjunto -a veces bastante grande y pesado- de "debo" y "no debo", producto de nuestro propio aprendizaje. Muchas veces, también, tendemos a enseñar de la misma forma en que aprendimos. Y en otras ocasiones, seguramente, nos hemos preguntado: ¿de qué sirve enseñar una música que sabemos de entrada que al alumno no le gusta, o no comparte, cuando puedo enseñar lo mismo, pero desde otros géneros?

Este debate acerca de qué música utilizar, es prehistórico. Existen tres posturas: los que piensan que al estudiante hay que enseñarle toda la música de nuestros ancestros porque las músicas actuales son -literalmente- una porquería, los que piensan que a los estudiantes hay que enseñarles únicamente la música que les gusta, porque así se van a enganchar con la música (y por ende, no los perderemos como alumnos) -estas dos posturas manejan el miedo desde uno u otro lado: miedo a lo nuevo, y miedo a quedarse sin trabajo-; y en la tercera, los que -postura que comparto- pensamos que es mejor la diversidad, apañados en el lema "la diversidad, enriquece".

Cierto es, también, que se debe comenzar por algo. No digo que el camino que utilizo sea el mejor, cada maestro sabrá con qué recursos cuenta, qué afinidades tiene (cada individuo tiene seguramente mayor predilección por uno u otro género, una u otra metodología), suelo siempre hacer una evaluación abierta de la persona que tengo en frente, que acudió a mí para desempolvar su oído.

¿Cómo? Preguntando. ¿Qué músicas escucha? ¿Qué actividades hace? ¿Toca más instrumentos? ¿Tocó con otras personas alguna vez? Y así, de a poco, voy conociéndolo y viendo qué bagaje cultural trae (desayunémonos de una vez que los estudiantes no son potes vacíos que uno viene a llenar, sino que cada persona es un conjunto maravilloso de experiecias y saberes) y, por sobre todas las cosas, qué espera de la clase, a dónde quiere llegar, cuáles son sus aspiraciones con el instrumento y con la vida.

Uno como maestro, también las tiene... e incluso, muchas veces, no muy claramente.
Sería bueno, indagar también dentro de nosotros mismos... ¿qué es lo que me moviliza a enseñar? ¿Cómo soy aprendiendo? ¿Debo hacer algo de una forma determinada? ¿No debo? ¿Por qué? ¿Porque lo aprendí así?


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Autora de la Nota: FLOR ANSALDO 

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