Les dejamos unos párrafos del libro "Despertar a la Música, reflexiones y nuevas propuestas didácticas" de la autora Florencia Ansaldo.


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Cuando estamos haciendo música, es muy difícil a veces detenerse a pensar si mis actitudes con el instrumento, son producto de una metodología adquirida al mejor estilo dogmático, o si responden a debates y obstáculos que uno mismo va oponiendo -o se va poniendo- a estos saberes que nos llegan a través de otros.

Personalmente, creo que es necesario poder fundamentar algo. Saber para qué aprendo lo que aprendo. Es la única forma de poder evaluar, a distancia y en el futuro, si lo que aprendí me fue beneficioso. El problema reside en tener la suficiente apertura de mente como para que, en el "durante", es decir, mientras estoy aprendiendo lo que me enseñan, poder considerar todas las opciones.

¿Qué quiero decir con todas las opciones? Simple. No solamente mi punto de vista.


 [N. de la A: Si te interesó la nota, te recomiendo leer: Enseñar lo que somos.]

Reflexionemos. ¿Cuántas veces hemos prejuzgado algo (o a alguien), considerado un contenido demasiado fácil, o demasiado difícil, aburrido, divertido, necesario, innecesario...? ¿Y cuántas veces nos hemos encontrado erróneos o acertados en nuestra postura?

Cuando enseñamos pasa algo similar. Cada uno, como maestros, llevamos en la espalda un conjunto -a veces bastante grande y pesado- de "debo" y "no debo", producto de nuestro propio aprendizaje. Muchas veces, también, tendemos a enseñar de la misma forma en que aprendimos. Y en otras ocasiones, seguramente, nos hemos preguntado: ¿de qué sirve enseñar una música que sabemos de entrada que al alumno no le gusta, o no comparte, cuando puedo enseñar lo mismo, pero desde otros géneros?

Este debate acerca de qué música utilizar, es prehistórico. Existen tres posturas: los que piensan que al estudiante hay que enseñarle toda la música de nuestros ancestros porque las músicas actuales son -literalmente- una porquería, los que piensan que a los estudiantes hay que enseñarles únicamente la música que les gusta, porque así se van a enganchar con la música (y por ende, no los perderemos como alumnos) -estas dos posturas manejan el miedo desde uno u otro lado: miedo a lo nuevo, y miedo a quedarse sin trabajo-; y en la tercera, los que -postura que comparto- pensamos que es mejor la diversidad, apañados en el lema "la diversidad, enriquece".

Cierto es, también, que se debe comenzar por algo. No digo que el camino que utilizo sea el mejor, cada maestro sabrá con qué recursos cuenta, qué afinidades tiene (cada individuo tiene seguramente mayor predilección por uno u otro género, una u otra metodología), suelo siempre hacer una evaluación abierta de la persona que tengo en frente, que acudió a mí para desempolvar su oído.

¿Cómo? Preguntando. ¿Qué músicas escucha? ¿Qué actividades hace? ¿Toca más instrumentos? ¿Tocó con otras personas alguna vez? Y así, de a poco, voy conociéndolo y viendo qué bagaje cultural trae (desayunémonos de una vez que los estudiantes no son potes vacíos que uno viene a llenar, sino que cada persona es un conjunto maravilloso de experiecias y saberes) y, por sobre todas las cosas, qué espera de la clase, a dónde quiere llegar, cuáles son sus aspiraciones con el instrumento y con la vida.

Uno como maestro, también las tiene... e incluso, muchas veces, no muy claramente.
Sería bueno, indagar también dentro de nosotros mismos... ¿qué es lo que me moviliza a enseñar? ¿Cómo soy aprendiendo? ¿Debo hacer algo de una forma determinada? ¿No debo? ¿Por qué? ¿Porque lo aprendí así?


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Autora de la Nota: FLOR ANSALDO 
Compartimos en este espacio la experiencia del docente Mariano Bianchi, utilizando material publicado en la Colección Musicando, y que tuvo la gentileza de compartir con todos nosotros.
A continuación, la experiencia, contada por el propio Mariano:

"A comienzos del ciclo lectivo del año 2014, comencé a pensar de qué manera podía elaborar un proyecto en el que todos los chicos pudieran tocar un instrumento. Fue así como recordé una actividad de Musicando, que había recibido por correo electrónico desde la editorial. La actividad se llamaba “El Ritmo de las palabras”.
 


Allí se invitaba a los docentes a probar la actividad y evaluar los resultados y las posibilidades que el material presenta.
Recordando la misma, comencé a experimentar con la siguiente frase:

COMO MUCHO TIC-TAC
COMO MUCHO TIC-TAC
YO-YO-YO-YO

El “COMO MUCHO” simbolizaba un grupo de 4 semicorcheas; “TIC-TAC”, 2 corcheas; y cada “YO”, una negra. Con este ritmo silábico, armé una primera parte de aproximadamente ocho versos.
Luego de dos o tres clases me di cuenta de que iba a ser mucho más claro el mensaje metodológico para los estudiantes, si las 4 semicorcheas las simbolizaba con una sola palabra, (dado que ello me permitía trabajar con los chicos una palabra por cada pulso).
De esta forma nació un nuevo texto, que reemplazó al citado anteriormente.



 
 
Con todos los cursos, seis en total (4to. año, 5to. año y 6to. año de primaria, en dos secciones cada uno, con un promedio de 23 chicos por curso), comenzamos a trabajar por partes. Primero hablando (leyendo) el texto. Luego, tocando en la mesa del aula de clase a la vez que iban pronunciando el texto. Y por último, "golpeando" la rítmica del texto en la mesa, a medida que iban leyendo, y mientras yo les iba marcando el pulso.
A partir de Agosto y durante casi 4 meses trabajamos con cada curso y un rato en cada clase de Música (de 50 minutos de duración aprox., semanales). Al mismo tiempo, en el las clases, fuimos construyendo los bombos con tachos de plástico y cinta.
En el mes de Noviembre comenzamos a trabajar en el ensayo semanal, extra horario de música, ensamblando a los 137 estudiantes con sus 137 bombos cotidiáfonos, y agregándole, además, una introducción:

MARIPOSA, MARIPOSA, MARIPOSA
VUELA
MARIPOSA, MARIPOSA, MARIPOSA
HOY
MARIPOSA, MARIPOSA, MARIPOSA
VUELA
MARIPOSA,MARIPOSA, MARIPOSA
HOY

El 18 de ese mes mostramos el trabajo realizado ante las familias, interpretándolo con esta forma musical en particular:

INTRO
PARTE 1 – 2 – 3 – 4 – 5 – 6 – 1 – 2 -3 – 4 – 5 - 6".

Además de la experiencia, Mariano nos envió un video, que hoy tenemos el gusto de compartir con todos ustedes:



 
 
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En la nota anterior hablamos de que uno no puede enseñar lo que sabe, sino que uno enseña lo que es (citando a Delalande).

El problema se da cuando uno no quiere aceptar lo que es. El primer paso para una transformación es distinguir aquello que no nos gusta de nosotros mismos. Una vez identificado, ya sea una actitud, hábito, o formas de contestar ante un determinado estímulo, cada vez que nos surja la necesidad de ponerlo en evidencia, debemos detenernos a pensar. ¿Por qué respondo de esta forma? ¿Para qué actúo de esta manera? ¿Qué quiero que la otra persona reciba de mí? ¿Qué busco que el otro sienta, actuando de esta forma? Y la pregunta más temida… ¿De qué manera pseudo consciente estoy alimentando mi ego?




El ego nos identifica como individuos, es decir, que pondrá en evidencia como primera necesidad el valorarse a uno mismo, a través de la autoestima. Cuando la autoestima se convierte en sobreautoestima, es decir, nos ubicamos en un lugar mucho más elevado que al que ubicamos a la otra persona, estamos corrompiendo esta individualidad, transformándola en pedantería.

En la vida misma, y en el mundo artístico en general, es habitual encontrar ejemplos de egos alimentados cual gato de casa (no sé los de ustedes, pero los gatos de mi casa son todos rechonchos). 

Lo importante de la cuestión es identificar los momentos en los que nos comportamos de esta forma (todos los tenemos, no somos extraterrestres), y apagar la llama antes de que se encienda, deteniéndonos a pensar: ¿Qué es lo que veo en el otro que me genera responder de esta forma? ¿Cómo identifico aquello que me molesta del otro, dentro de mi actuar? ¿Cómo lo cambio?

Según una amiga, uno tarda 21 días en hacerse un hábito, y según mi experiencia, desde el pensamiento consciente uno puede cambiar esta forma de actuar frente a diferentes estímulos, sin necesidad de exteriorizarlo en palabras.

Seamos músicos conscientes de que todos somos diferentes, y por ende uno no toca mejor que el otro, ni es más profesional por tener 50 títulos. Antes de nuestra profesión está nuestra persona, y cuando damos clase, primero debe estar el ser que tengo en frente, y luego, lo que “debo”enseñar.

Y con el “debo” me despido hasta el siguiente artículo, que hablará justamente de… ¿debo o no debo? ¿qué es el deber?

Nos leemos prontito.
 іAbrazos musicales!



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Autora de la Nota: FLOR ANSALDO



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